La mezcla de verde y negro en las bayas de la aceituna confirma que es hora de iniciar otra cosecha. Es una delicia empezar un día frío en un ambiente tan cálido.

Los más atrevidos trepan al olivo antes que los demás, y cortan las ramas más altas por encima de las mantas. En el terreno, algunos miembros de las generaciones mayores miran con desaprobación. No era así en otros tiempos, cuando los olivos tocaban el cielo. Hoy en día, la seguridad es lo más importante.

Se han recogido los primeros olivos y se oye el grito de “bucha”. Después de la esponja vegetal se reanuda la recolección, hasta llegar a la hora del almuerzo. Se acabaron las prisas, hay una sensación de misión cumplida. Conversaciones bien regadas, muchas historias y recuerdos…los que se recuerdan y, sobre todo, los que se crean.

Por la tarde no nos escapamos de limpiar las aceitunas. En este punto, la feijoada del almuerzo “sube al escenario” y es la gran protagonista (y culpable) de la risa general…

Después de limpiarlas, las aceitunas se transportan al molino, donde se extrae el precioso néctar mediante procesos mecánicos. Todo el año se reduce a este momento, y apenas lo saboreamos, ¡sentimos que hicimos un trabajo excelente!